El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein decía: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Suena abstracto, filosófico, lejano. Pero es una verdad práctica, una de esas que es fácil captar aunque no la veíamos antes.
Piensa en las frases que te repites al equivocarte, cuando algo no va como esperabas.
Dices “estoy hecho polvo”…pero solo fue una reunión incómoda.
Dices “todo me sale mal”…porque olvidaste una cita.
Dices “soy un desastre”…cuando llegaste tarde por culpa del tráfico.
Lo que Wittgenstein nos dice es simple: las palabras que eliges definen tu experiencia. Tu cerebro te cree. Literalmente. Y si al primer tropiezo piensas: “Esto es un desastre”, le estás dando permiso a tu mente para encender alarmas, elevar la ansiedad y tratar un problema cotidiano como una catástrofe.
Pero las palabras tienen algo maravilloso: pueden corregirse. Puedes editar la historia que te cuentas.