En 2013, un hombre se acercó al Papa Francisco en la Plaza de San Pedro. Su cuerpo estaba cubierto de tumores que deformaban su piel.
Nadie quería mirarlo.
Llevaba años siendo invisible.
Francisco hizo lo contrario:
Lo abrazó.
Lo sostuvo por muchos segundos.
Cerró los ojos.
Acarició su rostro como si lo conociera desde siempre.
Como si fuera su hermano de san…