De niño, cada Viernes Santo participaba en la procesión del Epitafio, una tradición griega ortodoxa en la que se carga simbólicamente el cuerpo de Cristo, cubierto de flores, recorriendo lentamente las calles mientras se canta una antigua melodía, “Ω γλυκύ μου έαρ” (“¡Oh mi dulce primavera!”):